domingo, 31 de julio de 2011

Oviedo

Oviedo - José Tartiere

HISTORIA

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Las cuevas de La Lluera I y II , cerca de Priorio; la de Las Caldas; el abrigo de La Viña en La Manzaneda, o el pico Berrubia, cerca de Les Escobadielles, en Olloniego, declarados Bienes de Interés Cultural (zonas arqueológicas), prueban la prehistórica presencia del hombre en tierras ovetenses. Primero, se asentaron en las cercanías de los cauces fluviales, importantes como el Nalón o más modestos como el Gafo, arroyo de Vaqueros, reguero de Quintes, etc. Más tarde (Paleolítico Superior), ante la rigurosidad del clima, se alojaron en cuevas, dejando vestigios de su vida diaria (comida, arte mobiliar y parietal). El abrigo de La Lluera I (solutrense) enseña, grabado en las paredes, un gran e interesante número de figuras animales (caballos, uros, ciervas, cabras...), especialmente en la llamadaGran Hornacina de la pared izquierda; en el de La Lluera II (próximo a la I), por el contrario, los muros presentan signos más bien triangulares, interpretados como símbolos sexuales femeninos. La cueva de la Viña, en pared exterior de aproximadamente veinte metros, expone un buen número de grabados a buril, como ciervos, bóvidos, caballos o vulvas; la representación de un caballo en un hueso recortado y grabado por las dos caras es un destacadísimo hallazgo correspondiente al arte mueble. Más adelantados en el tiempo son los petroglifos (grabados sobre piedra obtenidos por descascaramiento o percusión) del pico Berrubia.

José Manuel González, investigador comprometido con la antigüedad ovetense, halló en este término municipal 16 castros, dispersos casi por todo el territorio, pero, mayormente, focalizados en los valles del Nalón, Nora y Trubia y en las partes inferiores del monte Naranco; todos ellos eligieron un asentamiento idóneo en cuanto visión del terreno y a su defensa, completada con taludes, muros y fosos. En estos poblados había una organización social más compleja. Mientras unos parecen remontarse a época prerromana, otros tal vez se hayan erigido en época romana. Lo cierto es que llegaron a coincidir en el tiempo con las villae romanas.

Y, como no podía ser de otra manera, la ciudad de Oviedo tuvo un principio. En el siglo VIII un presbítero llamado Máximo llega a la colina Ovetus en compañía de sus servidores y elige como retiro espiritual un lugar solitario, sin dueño y lleno de maleza. Posteriormente, ya junto con su tío, el abad Fromestano, y tras haber allanado y desbrozado el terreno, procede a la erección de un convento en honor a San Vicente, a partir del cual nace la ciudad de Oviedo el 25 de noviembre del año 761. Más tarde se incorporarían el también presbítero Montano y unos veinticinco miembros más de la Orden. La capital empezaría a dar sus primeros pasos a partir del asentamiento de colonos en torno a dicho monasterio. El rey Fruela I (757-768) ordenó construir, en las cercanías del convento, un templo bajo la advocación del Salvador y un palacio, en el que se refugiaba para descansar y donde vino al mundo su hijo Alfonso II, el Casto, quien no sube al trono, por diversos contratiempos, hasta el año 791, casi tres lustros después de la muerte de su progenitor. Este monarca dispuso el traslado de la Corte de Cangas de Onís a Oviedo —que se afianza como tal en el año 794— y comienza a imprimirle personalidad urbana, contribuyendo a su engrandecimiento. Alfonso II (791-842) ordena la erección, sobre el lugar ocupado por la anterior, de una nueva basílica consagrada al Salvador y a los doce Apóstoles, punto de partida de la presente Catedral y sustituta de la que se había levantado por decisión de su padre, arruinada por las acometidas de los árabes entre los años 794 y 795. En el año 808, tal vez para recordar la consagración del nuevo templo, Alfonso II dona a la Catedral de Oviedo la Cruz de los Angeles, escudo de Oviedo y la diócesis, y una de las joyas de la Cámara Santa catedralicia. Bajo su reinado, la posterior construcción de varios palacios, iglesias (Santa María, con el Panteón Real, San Tirso y la Cámara Santa) giró alrededor de esta basílica, a la que transformó en un importante foco de atracción para el mundo cristiano del norte. En el capítulo de las infraestructuras le cabe el mérito de equipar, con un acueducto para el suministro del agua y la correspondiente muralla defensiva, este conjunto arquitectónico, en torno al cual irán surgiendo modestos barrios poblados por servidumbre, artesanos, soldados y gentes de otras ocupaciones, que dinamizan el acontecer diario del primer núcleo urbano. En cambio, la iglesia de San Julián, que aún hoy mantiene una buena parte de su personalidad original, se elevó algo alejada del mismo, al norte, superando escasamente el kilómetro de distancia.

Tras la muerte en el año 842 de Alfonso II, le sucede Ramiro I (842-850), a quien se debe la erección en el monte Naranco de la iglesia de Santa María. Este monarca, como a continuación Ordoño I y Alfonso III el Magno (866-910), mantienen la Corte en Oviedo, lo que ayuda a su crecimiento urbanístico y a su florecimiento arquitectónico.

Alfonso III, político experimentado y militar brillante, quien junto con su esposa Ximena ofrece a San Salvador la Cruz de la Victoria —tallada en el castillo de Gozón y hoy integrante de la bandera del Principado—, renuncia a la soberanía del expansionado reino —que se extiende ya por Asturias, León y Galicia— en favor de sus hijos ante la insurrección, en el año 910, de uno de ellos, García —quien marcha a León—, y las presiones familiares. Pero antes de todos estos hechos Alfonso III había aportado a la ciudad nobles construcciones, entre ellas la superviviente fuente de Foncalada, a la que la Unesco declaró en 1998 Patrimonio de la Humanidad. El Reino asturiano entonces se disgrega, transformándose en tres señoríos: el de Oviedo va a parar a Fruela II; el de León, gobernado por García, y el de Galicia, por Ordoño. Al recibir Alfonso IV, en el año 931, los estados de Asturias —recordemos que Fruela II había heredado el trono leonés tras la muerte de sus hermanos—, la Corte se traslada definitivamente a León. Oviedo y con él el Reino de Asturias ceden el protagonismo a León. No obstante, los reyes visitan de vez en cuando tierras astures y acuden a la iglesia de San Salvador, que durante el s. XI se convierte, al igual que sucede con la de Santiago de Compostela, en un lugar de peregrinaje muy importante, cuyo efectos se dejan sentir en la vida urbana, que cobra nuevos bríos. En el año 1075 Alfonso VI viene a Oviedo, con una comitiva real en la que figura el famoso Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar, y otorga a la ciudad los primeros Fueros, ahora desaparecidos, que luego corrobora y aumenta Alfonso VII, su nieto. Más tarde regala el palacio edificado por Alfonso III a fin de transformarlo en el hospital de San Juan, entregado a la atención de pobres y peregrinos.

Siguiendo el periplo histórico, hay que adentrarse en el s. XII y detenerse en sus comienzos para hacer referencia al obispo Pelayo, figura eclesiástica relevante, en cuyo tiempo de mandato se alumbró el Libro de los Testamentos, uno de los mejores exponentes de la pintura románica. Es en esta centuria cuando se llevan a cabo trabajos en la iglesia del Salvador y en lo que hoy se conoce como Cámara Santa y antiguamente capilla de San Miguel.

La profunda religiosidad popular de estos años intensifica las peregrinaciones; y con ello va afianzándose un activo componente burgués que extiende sus tentáculos a los tres pilares básicos en que se apoya todo el empuje, toda la pujanza de la urbe: el comercio, la artesanía y el mercado.

Uno de los acontecimientos trascendentes que se producen por entonces es la concesión efectuada por Alfonso VII a Oviedo, en 1145, del Fuero, que, según la opinión experta de Juan Ignacio Ruiz de la Peña, señala el paso de la «ciudad episcopal a la «ciudad mercado», y la «confirmación y consolidación del "concejo" o asamblea vecinal frente al poder eclesiástico y nobiliario» (Javier Rodríguez Muñoz). El Fuero, que confirma a Oviedo como ciudad de realengo, establece varias disposiciones, sobresaliendo entre ellas la concesión del estatuto de ciudadanos libres a cuantos fijasen su residencia en la urbe, o la exención a los ovetenses del abono de tributos por la circulación de mercancías entre el mar y León. A pesar de todo, la Iglesia mantendrá, en época medieval, gran influencia a nivel social, político y económico; de ahí que las disputas entre los poderes político y eclesiástico estuviesen a la orden del día.

Con el rey Alfonso IX, Oviedo asiste a la regularización del régimen municipal, y a otras medidas sin duda beneficiosas, como la entrega a la ciudad del alfoz de Nora a Nora, la erección de un recinto amurallado que no se culminaría hasta tiempos de Alfonso X, o la concesión del mercado semanal a celebrar los lunes, cuyo cambio a los jueves fue una decisión de los Reyes Católicos.

Con el transcurrir del s. XIV se hace evidente que la Catedral no tiene capacidad para acoger el gran número de peregrinos que la visitan movidos por la devoción y las indulgencias que se otorgaban. Por tanto, en el último cuarto de la centuria dan inicio las obras para la erección de una nueva capilla mayor; en el siglo XV continúan las mismas, aunque esta vez para la construcción de pórtico, naves y capillas. Pero lo cierto es que la Catedral siempre pasó por remodelaciones y ampliaciones.

El rey Juan I, en 1388, funda el Principado de Asturias, título inaugurado por el infante don Enrique, hijo de aquél, y que desde entonces corresponderá a los sucesores a la Corona; Oviedo se convierte, entonces, en la capital del Principado. Al tiempo surgía la Junta General del Principado, institución de derecho público que como Junta de Concejos funcionó con carácter permanente en el Principado de Asturias desde mediados del siglo XV hasta 1834, año en que se dio paso a las Diputaciones Provinciales. Pues bien, dicha Junta, que regula sus sesiones cuando el s. XV llega a su fin, se reunía en la sala capitular de la Catedral. Oviedo es ya por entonces y lo será hasta hoy protagonista o parte interesada y/o afectada en los acontecimientos de toda índole que se produzcan en lo sucesivo. Como sería imposible enumerarlos todos, se seleccionan algunos de los más significativos.

Dos sucesos quedan para el triste recuerdo: uno, en la nochebuena de 1521, cuando un incendio se inicia en la calle Cimadevilla y se prolonga por el casco histórico provocando cuantiosos perjuicios en las casas, dado que éstas se construían básicamente con madera. El otro despidió fatídicamente el siglo XVI: en 1598 y 1599, una epidemia de peste, junto a la nada recomendable compañía del hambre, segó gran cantidad de vidas.

Sin embargo, el s. XVII comenzó con buen pie: el feliz alumbramiento de la Universidad, cuya creación se debe a la decisión fundacional del asturiano Fernando de Valdés Salas, Arzobispo de Sevilla, Gran Inquisidor General, Presidente del Consejo de Castilla y redactor del Indice de libros prohibidos (1558), expresada en su testamento y puesta en ejecución cuarenta años después de su muerte, acaecida en 1568. Efectivamente, después de haberse expedido la Bula de erección por el Papa Gregorio XIII, el 15 de octubre de 1574, confirmada por Real Cédula de Felipe III, de fecha 18 de mayo de 1604, la Universidad de Oviedo inició sus actividades en la calle San Francisco el 21 de septiembre de 1608. Los estudios que impartía inicialmente se encuadraban en las Facultades de Artes, Teología, Cánones y Leyes, que acogían a menos de un centenar de estudiantes —concretamente, 57.

El Oviedo de la Edad Moderna, como afirma el historiador Javier Rodríguez Muñoz, «se convierte en el centro político del Principado y lugar inexcusable para quien quiera seguir de cerca la actividad pública. Allí reside el gobernador, corregidor o regente, y se reúne la Junta General».

Un breve repaso al siglo XIX trae a la memoria, por ejemplo, que Oviedo fue la primera de las capitales de provincia en declarar la guerra a Napoleón, determinación que toma la Junta General del Principado en la noche del 23 al 24 de mayo de 1808, obligada por la presión popular. Las intrusas tropas francesas fueron rechazadas, tras tener sometida la ciudad durante un año. Los carlistas hacen acto de presencia en 1833 y sobre todo en 1836, año en que Oviedo es tomado efímeramente por la columna del general Gómez en el mes de julio, aunque hay que decir que las operaciones del carlista Sanz tuvieron mayor virulencia; la resistencia de los ovetenses explica el calificativo de «Benemérita» que figura en el escudo de la ciudad. Otras fechas señaladas son: 1854, año de fuerte tensión política que propició la aparición del Manifiesto del Hambre, del marqués de Camposagrado, o la del 12 de noviembre de 1873, correspondiente a la proclamación, sin incidencias, de la I República en Oviedo, tan sólo un día después de que la validaran las Cortes en Madrid.

Ya en este siglo, hay que referirse a los sucesos bélicos que tienen lugar durante la revolución de octubre de 1934, protagonizada por los mineros de la Cuenca —descontentos con sus miserables condiciones de vida—, que dejan asolada buena parte de la ciudad; resultan incendiados, entre otros edificios, el de la Universidad, cuya biblioteca guardaba fondos bibliográficos de extraordinario valor que no se pudieron recuperar. La Cámara Santa, por su parte, fue dinamitada.

A causa de la guerra civil desatada en 1936, la capital, que se suma al denominado Alzamiento del 18 de julio, con el coronel Aranda encabezándolo, resiste largo tiempo el cerco al que la someten tropas de la entonces vigente República, del que sale prácticamente convertida en un montón de escombros: tres cuartas partes del caserío se vinieron abajo durante ambos conflictos. A partir de 1941 la ciudad comienza a resurgir de sus cenizas una vez que se acoge al Plan de Urbanización o de Reconstrucción Nacional de Valentín Gamazo, dominado por la ideología de aquel tiempo que aspira a crear una ciudad «orgánica, completa y cerrada». En 1955 se consigue para el casco antiguo su declaración de zona monumental. Tras una prolongada etapa franquista, llegan las primeras elecciones democráticas, celebradas el 3 de abril de 1979.

El 24 de septiembre de 1980 se asiste a la gestación de la Fundación Principado de Asturias, que, además de buscar un cálido y permanente contacto con el heredero de la Corona, se ha marcado como objetivo, con los Premios Príncipe de Asturias por ella instituidos en 1981, ensalzar los valores humanos y científicos que sirvan para estrechar lazos entre todos los pueblos del mundo, con especial querencia hacia la comunidad iberoamericana. El Teatro Campoamor, cada año por el mes de octubre, reúne a deslumbrantes personalidades para premiar a los distinguidos en 8 apartados: Comunicación y Humanidades, Investigación Científica y Técnica, Artes, Letras, Ciencias Sociales, Cooperación Internacional, de la Concordia y Deportes.

En 1992, con Gabino de Lorenzo como alcalde-presidente del Ilmo. Ayuntamiento de Oviedo, se inaugura un Plan de Obras que remodela edificios, plazas públicas, peatonaliza el casco antiguo y algunas calles del ensanche.... Estos planes de choque aún continúan, tutelados por el mismo y máximo regidor ovetense.

(
Bibl. : Javier Rodríguez Muñoz, «El concejo de Oviedo», en Asturias a través de sus concejos, Ed. Prensa Asturiana, 1998; Gran Enciclopedia Asturiana, varios tomos, Gijón.)

Te hallas, amigo, ahora, en mi amada Vetusta,
la noble, la sarcástica, la devota, la augusta.
Acaso sientes que esta mi ciudad te convida
en su tácito seno a afincar de por vida.
Acaso esa señora prócer la catedral
te inculca ideas mansas con su voz de metal.

Ramón Pérez de Ayala
Epístola: A «Azorín»

CUNA DE LA HISPANIDAD

Hace ocho mil años florecía en Anatolia una de las primeras ciudades que conocemos, Çatal Huyuk, una rica sociedad de diez mil personas que vivían en casas a las que se accedía a través de un hueco abierto en el techo, casas que formaban distintos barrios especializados y entre cuyos mismos muros se guardaban los restos de los antepasados, talleres de los que salían manufacturas que permitían un rico comercio, y artistas que decoraban sus muros con representaciones femeninas y de bóvidos, de la diosa pantera, santuarios consagrados a la diosa madre mujer representada mientras paría al divino toro... La ciudad de Çatal Huyuk se mantuvo viva durante siglos, incluso milenios, pero un día quedó deshabitada, pues se habían disuelto los vínculos de todo tipo que la hicieron necesaria, murió y hasta se olvidó por completo que había existido. Fue descubierta y excavada hace medio siglo por James Mellaart, un londinense que nació hace ochenta años y dedujo que necesariamente tenía que haber existido, la buscó y la encontró bajo dos colinas. Hoy en el lugar de Çatal Huyuk quedan hectáreas de muros deteriorados, y los objetos de valor encontrados se han trasladado a más de doscientos kilómetros, al Museo de las Civilizaciones de Anatolia, en Ankara, donde podrán verse hasta que el turco talibán no decida su destrucción, pues para el fundamentalismo imparable todo el arte preislámico es una ofensa y debe ser borrado de la faz de la tierra, como ya hicieron los ortodoxos afganos iconoclastas con las estatuas budistas de Bamiyán.

Hace poco más de doce siglos se fundó Oviedo, bajo el signo de la Cruz, precisamente para ser capital del imperio cristiano emergente que unas décadas antes había confirmado en Covadonga, en torno al Rey don Pelayo, su firme propósito de reconquistar España para la cristiandad, previa la expulsión de su territorio de los invasores sarracenos, o su vuelta a la fe en Cristo, tras renegar u olvidar a Mahoma. Y el propio cumplimiento de ese plan expansivo, que había dado vida a la nueva ciudad, obligó a los Reyes de Oviedo a trasladar la corte a León, pues así lo exigía el avance de la Reconquista, y más adelante a Toledo, etc. Pero Oviedo no murió al dejar de cumplir la función de capital imperial para la que se había fundado, como sí desapareció la ciudad romana de Lucus Asturum, que no pudo recuperarse del activismo destructor del moro Muza.
Y si no murió como ciudad, ni quedó reducida a un mero convento (lo que fue, por ejemplo, Valdediós), se debió en buena medida a que Alfonso III el Magno, antes de trasladar la corte a León, decidió depositar la Cruz de la Victoria de Pelayo, cubierta por riquísimo relicario, en la Catedral de Oviedo, convertida a partir de entonces en depositaria no sólo de preciosísimas reliquias bíblicas (uno de los treinta denarios, muestras de leche de la Virgen, una de las ánforas de las bodas de Canaan, etc.) sino de las más preciadas reliquias políticas («Con esta señal se vence al enemigo») de España y de sus instituciones. Oviedo, lugar de invención y de partida de un camino de Santiago que luego adoptaría otras variantes, aseguró su existencia como ciudad al convertirse en centro religioso y político imprescindible de la sociedad que cristalizó imparable tras Covadonga, y se convirtió en la ciudad histórica más antigua de España.

Don Pelayo y sus sucesores los Reyes de Oviedo están en el inicio de la institución monárquica del Reino de España, y por eso el heredero de la corona española sigue siendo Príncipe de Asturias (y no se trata de arcaísmo alguno, pues así lo refrenda la democrática Constitución vigente de 1978). Un Principado de Asturias que lo ha sido y lo sigue siendo exclusivamente por referencia al Reino de España, que perdería su sentido al margen de España, y que lo seguirá siendo en tanto España se mantenga como una monarquía (pues no es fácil que quienes, tanto en España como en Asturias, se pregonan republicanos, de triunfar sus propósitos, aceptasen convertir el territorio de la provincia en una ficción política como el Principado de Mónaco). Es decir, en tanto Oviedo sea sede, por ejemplo, de la Fundación Príncipe de Asturias, y en la ciudad imperial se siga celebrando cada año la ceremonia de entrega de los galardones que la monarquía española concede a personas e instituciones de todo el globo.

Pero, ¿será aceptada por todos esta realidad que envuelve a la ciudad de Oviedo? Quizá no, pues siempre cabrá imaginar que algunos se resistan a reconocer cómo han ido sucediendo las cosas. Disfrazados los unos de labriegos, en literaria disputa entre el campo y la ciudad, alabanza de aldea y menosprecio de corte, recurrirán a un Uviéu inexistente, paternalmente imaginado en la supuesta limitación de miras de quienes por sus labores sólo verían en Oviedo el centro de su alfoz, con el municipio como límite del mundo. Reduciendo los otros Asturias a los límites actuales de una provincia que es a la vez Comunidad Autónoma, territorio asignado en el siglo XIX a la provincia de Oviedo, se imaginarán un fabuloso «Paraíso Natural» identificable desde la prehistoria, donde como mucho reconocerán a Oviedo su condición de «Capital del Paraíso», como si los paraísos pudieran tener historia, cultura, ciudades y capitales.

Entender Oviedo como «Capital del Paraíso», como centro de acceso a una región natural de significado esencialmente paisajístico y de gran interés turístico (sobre todo en lo que concierne al turismo rural, que es la situación más próxima al concepto de «paraíso», esencialmente protourbano), supone restringir y mutilar la proyección de Oviedo, por la sencilla razón de que la importancia histórica de Oviedo (la importancia, por ejemplo, de los Reyes de Oviedo, de lo que representó su Catedral, e incluso de su Universidad) no puede recogerse en el contexto de un entorno exclusivamente asturiano, anterior a la propia ciudad de Oviedo, puesto que su importancia ha estado siempre históricamente vinculada a una situación en la que Asturias misma quedaba desbordada desde Oviedo: los reyes de la monarquía asturiana se llamaron Reyes de Oviedo y su Reino se extendía desde Galicia hasta Burgos, ciudad fundada precisamente por Alfonso III el Magno, y si Asturias tiene la denominación de Principado, como ya hemos dicho, es precisamente por su conexión, a través de los Reyes de Oviedo, con la Corona de Castilla y, posteriormente, con el Reino de España.

Por eso Oviedo sólo puede entenderse en toda su grandeza desde el contexto constituido por el Reino de España y por el resultado de su acción histórica secular, la Hispanidad, esa parte importante de la Humanidad que se caracteriza por ser católica y por pensar, hablar y escribir en español. Oviedo se nos aparecerá así como la primera capital, construida además ad hoc para serlo, del Reino cuyo desarrollo desembocó en la constitución de España como unidad política, incluida, por supuesto, la expansión americana tras el Descubrimiento. Y la lengua española, cuyas primeras reliquias escritas conocidas lo fueron en San Millán de la Cogolla, triunfante sobre los romances en los que se fue disolviendo el latín, precisamente porque se asoció desde sus primeros momentos al poder político y al proyecto imperial consolidado en Oviedo, que es por tanto cuna de la lengua que hablan hoy cuatrocientos millones de personas.

Desde que existen, las ciudades compiten unas con otras en lucha darwiniana para mantener su potencia, y no decaer arriesgando su misma existencia. A comienzos del siglo XXI, en un mundo globalizado, la competencia entre ciudades, todo lo cortés y diplomática que se quiera, salta por encima de las fronteras de los estados y no es menos feroz y crucial. Las industrias, las empresas, los congresos, los museos, el comercio, el turismo, las instituciones, las vías de comunicación, pueden arruinar o enriquecer, con su ausencia o su presencia, la vitalidad y existencia misma de una ciudad. Por eso las ciudades deben de vez en cuando aprovechar circunstancias singulares para reafirmarse, hacia dentro y hacia fuera, adaptándose a las nuevas realidades para asegurar su vigencia y potencia, que será la de todos sus ciudadanos de su presente, y la de quienes las habiten y preserven en el futuro.

Hasta las ciudades más grandes y consolidadas no pueden dejar de luchar por afianzar su presencia, y se disputarán instituciones o competirán por organizar unas Olimpiadas. Nueva York, una ciudad joven (su primera tumba, la de Benjamín Bueno, data de 1683) con millones de habitantes y una presencia mundial indiscutible, por ejemplo. Y las ciudades que como Oviedo han ocupado un lugar indiscutible desde hace siglos en la Historia, tampoco pueden rezagarse, si no quieren verse reducidas a reliquias arqueológicas. Por eso, aprovechando que en 2008 coinciden varios centenarios que afectan a la historia de la ciudad de Oviedo, las conmemoraciones Oviedo doce siglos pretenden atraer sobre Oviedo, capital de Asturias, la atención de la opinión pública nacional e internacional, realzando el papel que la ciudad representa en la historia de España, su realidad actual y las perspectivas de futuro.

Oviedo doce siglos se concibe como una conmemoración que, a principios del siglo XXI, presentará el lugar ocupado por la ciudad de Oviedo y sus instituciones, desde su fundación como capital del Reino por Alfonso II, como núcleo político y religioso inicial de España y de la Hispanidad (desde la invención del sepulcro del Apóstol Santiago, origen del Camino de Santiago, hasta la devoción a la Virgen de Covadonga en la colonización de América). Oviedo como capital del Principado cuya dignidad está vinculada «tradicionalmente al sucesor de la Corona de España» (artículo 57.2 de la Constitución Española de 1978), sede además de la institución que lleva el nombre del heredero de la jefatura del Estado en España, la Fundación Príncipe de Asturias. Oviedo, por tanto, no sólo «ciudad más histórica de España», sino también «cuna de la Hispanidad».

A comienzos del siglo XXI, al abordar la necesaria reconstrucción de los más de doce siglos de la historia de Oviedo, se hace imprescindible delimitar y discutir, desde las categorías de una filosofía de la historia ajustada a nuestro presente, los puntos críticos que afectan al curso histórico de la ciudad y a su propia imagen actual.

En el curso de los más de doce siglos de su historia caben señalar muchos puntos críticos en la interpretación de Oviedo, es decir, coyunturas reconocidas por los historiadores, pero cuya interpretación histórica está sometida a debate; y sin embargo es preciso atenerse a alguna de las interpretaciones contradictorias a fin de organizar una línea histórica coherente cara a las celebraciones Oviedo doce siglos. En este sentido hemos creído conveniente y necesario determinar un conjunto mínimo de estos puntos críticos, a fin de someterlos a la discusión entre expertos, con objeto de una vez contrastados sus argumentos y las respectivas posiciones, poder adoptar la decisión más racional.

1. La batalla de Covadonga. Al margen de la discusión sobre los detalles de su realidad histórica, el punto crítico que consideramos tiene que ver con la naturaleza de los contendientes en ese batalla. ¿Fue Pelayo un jefe de tribu sin mayores intenciones políticas, o bien formaba parte ya la batalla del proyecto de quienes conocían los orígenes y alcance que pudo atribuirse a la presencia de los sarracenos en las montañas asturianas? Es evidente que la elección entre estas alternativas, en la medida en que sean contradictorias e incompatibles entre sí, es determinante en el momento de formar un juicio sobre el significado histórico de la batalla.

2. La fundación de Oviedo. ¿Por qué Alfonso II traslada la Corte a Oviedo? Cabría establecer, a efectos del debate, estas dos posibilidades: la de si el traslado fue debido a motivos personales o circunstanciales (religiosos, relación con Fromestano), o bien si fue debido a motivos políticos generales, relacionados con la extensión que había tomado el territorio controlado por los sucesores de Pelayo (extensión que aconsejaría dejar de hablar, como es costumbre, del «minúsculo reino asturiano»). El emplazamiento de Oviedo ¿fue el resultado de una elección estratégica de un punto de cruce entre las dos vías Norte-Sur, Este-Oeste, en una perspectiva que desbordaba los límites de Oviedo y de la actual Asturias? ¿Qué conexión cabe establecer con la organización de la diócesis de Oviedo y del obispado de Oviedo?

3. La invención del sepulcro de Santiago. La invención (descubrimiento) ¿tuvo como punto de partida la propia Compostela, o bien tuvo como punto de partida la Corte de Oviedo (como aprovechamiento por parte de Alfonso II, de las posibilidades abiertas para canalizar corrientes migratorias en función de la instauración de un culto capaz de competir con las peregrinaciones musulmanas a Córdoba, o cristianas a Roma)? ¿Qué conexión tiene con la invención del sepulcro de Santiago la batalla de Clavijo?

4. Bernardo del Carpio. La «cuestión de la existencia» y la «cuestión de la esencia» de Bernardo del Carpio parecen indisociables. Quienes niegan la existencia de esta figura suelen estar lejos de reconocer el alcance que las relaciones del Reino de Alfonso II pudieron tener ante el Reino de Carlomagno. Quienes defienden la existencia de Bernardo del Carpio están más cerca de reconocer el significado que la batalla de Roncesvalles pudo tener como símbolo de la victoria de los Reyes de Oviedo sobre el propio Carlomagno, destinada a neutralizar el mito emergente de Roldán, como héroe franco de talla indiscutible frente a Bernardo.

5. El traslado de la corte a León. El traslado ¿supuso la ruptura entre la dinastía de los Reyes de Oviedo y las nuevas dinastías, o bien los Reyes de León han de considerarse como una continuación de los Reyes de Oviedo? Parece necesaria una investigación sobre las relaciones familiares que pudieran haberse mantenido a lo largo del siglo X y XI.

6. Principado de Asturias. La institución del Principado de Asturias ¿toma su origen como estrategia orientada a frenar las supuestas corrientes independentistas de algunos nobles asturianos, incorporándolos a la corona de Castilla-León, o bien obedeció a una estrategia de carácter más general (la propia de una monarquía que buscaba afianzarse en antecedentes históricos más antiguos, en parangón con los de Francia o Inglaterra)?

7. Los comunidades de Castilla y la Junta del Principado. La Junta del Principado, en el siglo XVI, ¿fue básicamente un órgano del Antiguo Régimen (en cuyo contexto el comportamiento ante la rebelión comunera es ampliamente significativo), o bien la Junta del Principado, ya desde sus orígenes, puede interpretarse como expresión de un hipotético «Estado» asturiano (que habría que suponer existente ya en aquella época)?

8. La Universidad de Oviedo. ¿Cuáles fueron los objetivos (explícitos o implícitos) de Valdés Salas para crear la Universidad de Oviedo y cuáles fueron los objetivos de quienes aceptaron y promovieron el proyecto, o de quienes intentaron frenarlo? El proyecto de la Universidad, ¿fue un proyecto «privado» a escala de la Diócesis de Oviedo —y a lo sumo a escala del Principado— o bien fue un proyecto que trascendía estos límites, incorporándose a la estrategia general de las fundaciones de las Universidades en función de la creación de legistas, teólogos, etc., en la perspectiva del imperio español?

9. La invasión francesa. La declaración de guerra a Napoleón, ¿se hizo en nombre del Principado de Asturias en cuanto tal, o bien en cuanto depositario del poder central secuestrado y desmantelado por los invasores?

10. La revolución de octubre de 1934. ¿Estuvo organizada por el designio de conjurar preventivamente un probable «golpe fascista» o, al menos, anti-republicano, previsto con ocasión de la entrada de la CEDA en el gobierno de Lerroux, o bien su inspiración iba más allá, a saber, hacia la instauración de una República socialista, comunista-leninista o comunista-libertaria? Autor: Gustavo Bueno Sánchez (filósofo) - www.asturias.com

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