jueves, 30 de septiembre de 2010

El cuento de la sincera mirada



"Había una vez una chica a la que le gustaba mucho mirar el mundo. Siempre iba con los ojos bien abiertos pues cada imagen que veía era un momento que coleccionaba y guardaba en una caja llamada recuerdo. La gente de su alrededor conocía la pasión que tenía por mirar, así que cuando iban con ella se esforzaban al máximo para verlo todo y compartirlo. A ella le gustaba poder compartirlo... cuatro ojos ven más que dos.

En uno de esos paseos con alguien conocido fue incitada a mirar una imagen que le afectaría tremendamente, la imagen de un cachorro muerto en mitad de la calzada. Era la primera vez que veía algo tan atroz y horrorizada por esa imagen decidió cerrar los ojos y no volver a abrirlos más. Empezaron a pasar los días y su decisión de no ver nada nunca más cada vez era más determinante.

Mucha de la gente que siempre había estado a su lado al ver ese cambio de actitud decidió alejarse de ella, pues su encato residía en la facilidad que tenía de ver lo que muchos otros no podían.

Pasó el tiempo y con él muchas imágenes que había conseguido perderse por su renuncia: anocheceres, eclipses, cerezos floreciendo, sonrisas y miradas que escondían palabras silenciosas... Su vida de repente se había vuelto aburrida y sin sentido, pues aunque el oído había decidido mantenerlo, las palabras no llegaban a transmitirle lo que antes conseguía una sola imagen y dolida solía recurrir a la caja de recuerdos que guardaba en su memoria. Al principio esos recuerdos tenían color pero poco a poco lo fueron perdiendo, al principio las formas eran definidas, pero poco a poco se fueron borrando... Era como una foto que el tiempo iba dañando. Sabía que en cualquier momento podía abrir los ojos. Sabía que era tan fácil como pestañear, pero tenía miedo a hacerlo, tenía miedo a volver a admirar algo que no le gustase y que eso la dañase de nuevo.

Un día, pasados unos años se cruzó por la calle con un transeúnte ciego. Los dos se chocaron y a la vez se pidieron disculpas. Casi sin darse cuenta empezaron a hablar y se hicieron amigos.

Un día él decidió conducirla hasta un lugar. En ese lugar la tierra parecía más pesada a sus pies e incapaz de entender porque le costaba tanto caminar le preguntó donde estaban, a lo que él respondió que en un lugar hermoso llamado playa, arqueó ligeramente una ceja, no entendía como podía saber que era hermoso si nunca lo había visto.

Él se sentó al empezar a notar la humedad de la arena y entonces le contó que recordaba vagamente haberlo visto de pequeño antes de perder la vista, y que aún podía evocar el vaivén de las olas... La chica entre inseguridad y resquemor le dijo que debería alegrarse de no poder ver, que no todas las imágenes eran bonitas.

El chico tardó de nuevo a contestar, pero esta vez lo hizo con decisión.

- Donde hay una moneda hay dos caras. No todas las palabras son bonitas y por ello no dejamos de hablar, ¿no? Las palabras bonitas están para compensar las que no lo son tanto...No todos los tactos son atrayentes ni todos los gustos nos saben bien. No todos los olores son agradables... Pero no pudo renunciar al tacto sólo porque uno no me guste, ¿y los miles de ellos que si me gustan? No puedo renunciar a comer sólo porque haya un sabor que me desagrade ¿qué pasa con la otra mayoría que si me agrada? No puedo renunciar al olfato sólo porque un olor me repugne, habrá que lo compensen. Uno debe aprender a confiar en sus sentidos.

Un pestañeo la alertó. Otro pestañeo consiguió asustarla, y de nuevo un tercero acabó por sorprenderla. De repente dos grandes ventanas le abrían una visión global al mundo... Unas extrañas manchas y algo que no conseguía descifrar.... ¡¡colores!! Eran colores... Había pasado tanto tiempo sin ver que no recordaba ni una cosa ni la otra.

Delante las olas iban dibujándose y al lado la imagen de una persona que sonreía sin ver, aunque se dio cuenta de que sin ojos había sabido ver más que ella... ¿Cómo podía haber sido tan necia? ¿Cómo podía haber dejado pasar todo aquello tan bonito sólo por un momento que no lo era? ¿No valía la pena arriesgarse si la recompensa era aquella?

Había gente que sí le mostraba cosas hermosas, y no porque una vez alguien le mostrara algo que no lo era debía desconfiar de todos... No era justo.

Así que se hizo la promesa de nunca más volver a cerrar los ojos.

Hubo más momentos desagradables, pero se dio cuenta que los momentos buenos los recompensaban...



... y desde entonces decidió que le dedicaría una mirada sincera al mundo..."

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