domingo, 12 de octubre de 2008

Érase una vez... un montón de taxis.


Érase una vez, una ciudad ni grande ni pequeña donde habitaban un montón de taxis, pequeños y grandes, nuevos y viejos que daban vueltas sin descansar.

Álgunos se reunían todos los días en la puerta de "La central", eran una inmensa minoría y eran los de siempre, que ya se conocían muy bien entre ellos, sabían de las averías que cada cual tenía en sus motores y los defectos en carrocerías. de eso poco sabían sus afanados dueños que se disputaban las monedas y algun billete que otro en el pequeño bar de Angel, el dueño.
En aquel aparcamiento, bueno realmente era un improvisado lugar entre aceras y badenes no se solía decir toda la verdad, porque la vida de sus kilómetros era más interesante que la propia humana de sus chóferes taxistas.
Eran una minoría, porque la mayor parte de sus compañeros coches, se dedicaban en las horas de trabajo a eso; a trabajar sacando máximo rendimiento a sus bastidores y motores.
La vida pasaba aburrida y monótona para ellos ayer, igual a hoy e idénticamente gris para mañana y pasado. La pasada primavera fué siempre mejor para los estáticos taxis que veían como resbalaba el agua urbana por sus viejos cristales opacos entre nicotinas y pegatinas de prohibido tal o cual.
De vez en cuando llegaba algun flamante auto nuevo de algun hipotecado dueño que tal vez descansaba aparcado con el "warning" parpadeando unos minutos, no más de quince y vigilado celosamente por su chófer-conductor, que apuraba el último cortado del día, bajo la mirada de Angel, el hombre del bigotón grueso que siempre sonreía deslumbrando con los collares y pulseras de oro amarillento y viejo estilo.
los radio-taxis murmuraban los defectos de los recien salidos de fábrica, criticaban el exceso en plasticos y cromadas molduras que brillaban al neón rosa familiarmente reconocido entre ellos: " Bar Las Flores", así decía el letrerito...

El triste sonido del caminar y la danza de sus cansados dueños, hacía prevenir el inminente arranque de bielas y pistones con aceite de garrafón y noticias de la Cope.

Un día más adivinaría el éxito o la derrota de la partida de cartas de hoy, por la manera de tomar las curvas o la rabia en la manera de meter las velocidades apuradas por la ludopatía disimulada. Se habían vuelto inteligentes con el paso de los kilómetros y las horas.

Porque de éstos viejos cacharros nada se comentaba, nada se decía y allí en el chigre-bar sus dueños morían un poquito cada día, preocupándose de cosas del vecino o la vecina. De la última noticia sexual de fulanito con la menganita y los hijos del vecino.

Eran, son y serán una inmensa minoría que vistósamente engalanan las calles de un barrio cualquiera con sus escudos, banderas y franjas representando algo que ajenamente se podrían plantear sus orgullosos reyes de la nada.

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2 comentarios:

  1. Siempre me pregunté cual es el motor que mueve el corazón de éstos ejemplares anónimos.

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  2. Me temo, que a veces, ni uno mismo sabe donde está el motor de su corazón ni que aceite lo mantiene a salvo.

    Muaks mañaneros

    Lara tiene alas

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